miércoles, marzo 07, 2007

Mujeres: Marìa de Magdala



"...María se levantó, fue a cerrar la puerta del patio, pero primero colgó cualquier cosa por el lado
de fuera, señal que sería de entendimiento para los clientes que vinieran por ella, de que había
cerrado su puerta porque llegó la hora de cantar, Levántate, viento del norte, ven tu, viento del
mediodía, sopla en mi jardín para que se dispersen sus aromas, entre mi amado en su jardín y
coma de sus deliciosos frutos. Luego, juntos, Jesús amparado, en el hombro de María, prostituta de Magdala que lo va a recibir en su cama, entraron en la casa, en la penumbra propicia de un cuarto
fresco y limpio. La cama no es aquella rústica estera tendida en el suelo, con un cobertor pardo
encima que Jesús siempre vio en casa de sus padres mientras allí vivió, este es un verdadero lecho
como aquel del que alguien dijo, adorné mi cama con cobertores, con colchas bordadas con lino de
Egipto, perfumé mi lecho con mirra, aloes y cinamon. María de Magdala llevó a Jesús hasta un lugar junto al horno, donde era el suelo de ladrillo, y allí, rechazando el auxilio de él, con sus manos
lo desnudó y lo lavó, a veces tocándole el cuerpo, aquí y aquí, y aquí, con las puntas de los dedos, besándolo levemente en el pecho y en los muslos, de un lado y del otro. Estos roces delicados hacían estremecer a Jesús, las uñas de la mujer le causaban escalofríos cuando le recorrían la piel,
No tengas miedo, dijo María de Magdala. Lo secó y lo llevó de la mano hasta la cama, Acuéstate,
vuelvo enseguida.Hizo correr un paño en una cuerda, nuevos rumores de agua se oyeron, después
una pausa, el aire de repente pareció perfumado y María de Magdala apareció desnuda. Desnudo
estaba también Jesús, como ella lo dejó, el muchacho pensó que así era justo, tapar el cuerpo que
ella descubriera habría sido como una ofensa. María se detuvo al lado de la cama, lo miró con una expresión que era, al mismo tiempo, ardiente y suave, y dijo, Eres hermoso, pero para ser perfecto
tienes que abrir los ojos. Dudando los abrió Jesús, e inmediatamente los cerró, deslumbrado,
volvió a abrirlos y en ese instante supo lo que en verdad querían decir aquellas palabras del Rey Salomón, Las curvas de tus caderas son como joyas, tu ombligo es una copa redondeada llena
de vino perfumado, tu vientre es un monte de trigo cercado de lirios, tus dos senos son como dos
hijos gemelos de una gacela, pero lo supo aún mejor y definitivamente, cuando María se acostó
a su lado y, tomándole las manos, acercándoselas, las pasó lentamente por todo su cuerpo,
cabellos y rostro, el cuello, los hombros, los senos, que dulcemente comprimió, el vientre,
el ombligo, el pubis, donde se demoró, enredando y desenredando los dedos, la redondez de los
muslos suaves, y mientras esto hacía iba diciendo en voz baja, casi en un susurro, Aprende,
aprende mi cuerpo. Jesús miraba sus propias manos, que María sostenía y deseaba tenerlas
sueltas para que pudieran ir a buscar, libres, cada una de aquellas partes, pero ella continuaba,
una vez mas, otra aún, y decía, Aprende mi cuerpo, aprende mi cuerpo, Jesús respiraba precipitadamente, pero hubo un momento en que pareció sofocarse, eso fue cuando las manos
de ella, la izquierda colocada sobre la frente, la derecha en los tobillos, iniciaron una lenta caricia,
una en dirección a la otra, ambas atraídas hacia el mismo punto central, donde, una vez llegadas,
no se detuvieron más que un instante, para regresar con la misma lentitud al punto de partida,
desde donde iniciaron de nuevo el movimiento (…) Aprende mi cuerpo, y repetía, pero de otra
manera, cambiándole una palabra, Aprende tu cuerpo, y el lo tenía ahí, su cuerpo, tenso, duro,
erecto, y sobre él estaba, desnuda y magnífica, María de Magdala, que decía, Calma, no te
preocupes, no te muevas, déjame a mí, entonces sintió que una parte de su cuerpo, esa,
se había hundido en el cuerpo de ella, que un anillo de fuego lo envolvía, yendo y viniendo,
que un estremecimiento lo sacudía por dentro, como un pez agitándose, y que de súbito se
escapaba gritando, imposible, no puede ser, los peces no gritan, él, si, él era quien gritaba,
al mismo tiempo que María, gimiendo, dejaba caer su cuerpo sobre el de él, yendo a beberle
en la boca el grito, en un ávido y ansioso beso que desencadenó en el cuerpo de Jesús un
segundo e interminable estremecimiento”.



Tomado de:" El Evangelio según Jesucristo " de José Saramago


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