miércoles, marzo 07, 2007

Macondo versus Aracataca

















Existe un lugar en Colombia donde lo maravilloso convive con lo cotidiano: el Caribe de sensuales
mulatas y playas de postales, de montañas de picos nevados que se elevan majestuosas a un paso del
mar azul, tibio y cristalino. Más allá, en la Guajira, los orgullosos indios se comunican con sus muertos a través de los sueños y en las remotas rancherías se sigue matando por honor. En esta región de la costa Atlántica nació el mago colombiano de la literatura, Gabriel García Márquez.

La verdad es que el trópico y el mundo caribeño tienen sus características propias y el realismo mágico forma parte de su realidad: los colores como los baños de luz, lluvias descomunales, fantasmas, la energía interior de la vida vegetal, humedad y calor que potencian y estimulan.

Aracataca es uno de estos lugares mágicos, un pueblito bananero de la costa atlántica colombiana, sepultado entre las guerras y el progreso, que probablemente nunca habría sido conocido en el mundo si no fuera por el que nació allí, Gabriel García Márquez que en Cien años de soledad lo transformó en Macondo, con las características de su pueblo natal y lo convirtió en uno de los referentes geográficos literarios inolvidables.


Aracataca es un pueblo agrícola de unos 20 mil habitantes, que pertenece al Departamento del Magdalena, situado entre las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta y los pantanos de la Ciénaga Grande, cubiertos de una eterna mata vegetal. Allí vivió sus primeros años Gabito, “entre bestias de fábulas y orquídeas carnívoras”, al decir de Luis Harss en ‘Los Nuestros’. Cuenta la historia que los primeros en habitar estas tierras fértiles fueron los indios chimilas, emparentados con los arahuacos, y que ambos fueron sometidos por los indios caribes y desplazados hacia el norte de Suramérica. Era una estirpe de valientes e indómitos guerreros que lograron atrasar por más de dos siglos la conquista española a Colombia, evitando que aquellos bribones del mar, embriagados por el aroma de la canela y la leyenda de las amazonas, entraran a sus dominios en busca de El Dorado. Ya a finales del siglo XVI, a las órdenes del cacique Sorli, habían logrado repeler con ferocidad un intento de conquista por parte de los españoles, que en adelante reconocieron su determinación de raza bravía. Así lograron aplazar la colonización hasta mediados del siglo XVIII, cuando en nombre de su dios llevaron a cabo una sangrienta campaña de exterminio bajo el eufemismo de “pacificación”, que en pocos años dejó a los escasos sobrevivientes relegados a vivir en exiguas parcelas al margen de los pueblos que iban fundando.
La ofensiva final para su exterminio fue en 1768, cuando los bárbaros españoles recrudecieron las matanzas en el área que hoy abarca Aracataca, Sevilla, Guacamayol y Orihuaca, obligando a los pocos sobrevivientes chimilas a refugiarse en las alturas de los ríos Ariguaní y Aduriamena. Esos indomables indios realengos habrían de fundar poco después el poblado de Cataca, según documenta el biógrafo de García Márquez, Dasso Saldívar, en ‘El viaje a la semilla’: “Con el tiempo, y habiéndose ‘pacificado’, una de las tribus descendió hasta el valle por el río Aduriamena, y en la margen sur del recodo del río plantó en tierras realengas y en un año impreciso de finales del siglo XVIII, una ranchería de bohíos de madera, bejuco y palma, sin calles ni plazas, que denominaron Cataca, palabra cuyo epónimo es el título que se daba al cacique y el nombre de la tribu misma. Puesto que los catacas habían rebautizado el río Aduriamena también con el mismo nombre, la aldea terminó llamándose Aracataca, que es un topónimo compuesto de las voces chimilas ara, que significa río, y cataca, nombre del cacique y de la tribu”.
Las autoridades del pueblo soñaron con un museo fabuloso para honrar al Gabo en el lugar donde nació. Lo que quedan son los escombros de la casa grande El viaje
Durante los pasados cuarenta años, el viaje a lo largo de 120 kilómetros de carretera, desde la ciudad portuaria de Santa Marta hasta ese pueblo que fundaron los chimilas, había constituido uno de los trayectos más peligrosos de Colombia, con un promedio de cien secuestros al año. Estas exuberantes llanuras que circundan el poblado de Aracataca, dominadas por las cimas de la Sierra Nevada en la ciudad donde murió El Libertador, han sido desde 1965 un importante campo de batalla en el conflicto armado colombiano entre las guerrillas de izquierda, el ejército y los paramilitares de ultraderecha. La violencia institucional he redada de tantas guerras civiles -violencia casi genética-, así como unas condiciones geográficas adversas y el olvido del gobierno central, han impedido que más visitantes lleguen a Aracataca, evitando así que sus habitantes tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la faz de la Tierra.
Con el refuerzo preventivo y la mano dura del presidente Álvaro Uribe en el área, asistido en las conversaciones de paz por el propio escritor cataqueño, la situación se ha calmado un poco en los últimos años y ahora el trayecto resulta mucho más seguro. Y con la propuesta fallida de su alcalde Pedro Sánchez, de incluirle al nombre del pueblo su homónimo literario para que se llamara en adelante Aracataca-Macondo, se pretendió atraer el turismo internacional, de manera que volviera a florecer la economía en aquella aldea donde años antes, en su época de falsa bonanza, se bailaba la cumbiamba con billetes encendidos en vez de velas. Ya lo había vaticinado García Márquez mucho antes, cuando le señaló a un periodista: “Macondo no es un lugar, sino un estado de ánimo. Lo que me parece probable es que en el futuro cambie de nombre”.




Aracataca, la calurosa población del departamento del Magdalena, es cuna de 'Gabo', como cariñosamente se le conoce al premio Nobel de Literatura de 1982, al colombiano García Márquez, nacido en esa población en 1928.
Aracataca es uno de estos lugares mágicos, un pueblito bananero de la costa atlántica colombiana,
sepultado entre las guerras y el progreso, que probablemente nunca habría sido conocido en el mundo
si no fuera por el que nació allí, Gabriel García Márquez que en Cien años de soledad lo transformó en Macondo, con las características de su pueblo natal y lo convirtió en uno de los referentes geográficos literarios inolvidables.


Los pobladores de Aracataca, cuyo gentilicio es cataqueros, seguirán viviendo de las glorias de su Nobel y dedicados al cultivo de banano, de la palma africana y soportando temperaturas de entre 38 y 42 grados centígrados.
Macondo en realidad es un pequeño arbusto, que curiosamente escasea en la zona y, también un arroyo que desciende por las laderas de la vecina Sierra Nevada de Santa Marta.
(elmundo.es)



“Macondo era […] una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. José Arcadio Buendía […] había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.”



Se dice que en la vida de Gabriel García Márquez hubo dos momentos que lo han marcado y que le han
servido como inspiración para escribir Cien Años de Soledad. El primero fue cuando después de varios años regresó a su pueblo natal acompañando de su madre para vender el caserón de sus abuelos.
Estando al frente de las ruinas de aquella casa grande y muy triste, donde había vivido los primeros años
de su vida con una hermana que comía tierra, una abuela que adivinaba el futuro y un abuelo atormentado
por la sombra de un hombre al que había tenido que matar en un duelo, sintió por primera vez la necesidad
de dejar constancia poética del mundo de su infancia. El segundo momento fue unos trece años más tarde cuando un día de enero de 1965, mientras conducía su automóvil por una carretera de Ciudad de México a Acapulco, sintió una soledad enorme de América Latina y comprendió que había llegado el momento de encerrarse con sus fantasmas y fundar Macondo. Por estas razones, como lo confirma el mismo
autor “Es muy difícil encontrar en mis novelas algo que no tenga un anclaje en la realidad”. Su realismo es mágico precisamente, porque es real.

El paralelismo que hay entre Cien Años de Soledad y la historia del pueblo de Aracataca son evidentes:
El abuelo de Gabriel García Márquez, al igual que José Arcadio Buendía, fue uno de los fundadores de Aracataca. La novela cuenta que José Arcadio abandonó su pueblo al verse perseguido por el fantasma de Prudencio Aguilar, al que tuvo que matar por un problema de honor. La fundación de Aracataca, tal como Nicolás Márquez se lo contaba a su nieto, era muy parecida. Su abuelo también mató en un duelo a Merardo Pacheco y como consecuencia se vio obligado a emigrar con su familia. Así llegó a Aracataca, el pueblecito donde nueve años más tarde nacería Gabriel García Márquez.

Nicolás Márquez era un sobreviviente de las dos guerras civiles que se convirtió en el modelo del coronel Aureliano Buendía que “promovió treinta y dos guerras y las perdió todas. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisietes mujeres distintas, que fueron exterminados en una sola noche. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento”.

Úrsula Iguarán está inspirada en la abuela de Gabo, Tranquilina, que no solo le prestó el apellido a Úrsula, sino, al igual que el personaje, murió ciega y loca.

La inmensa y asombrosa casa de los abuelos es la misma casa de la familia Buendía en Macondo.

Los padres de García Márquez cuando se casaron, fueron a vivir a Riohacha. Luego él hace mención de este pueblo en su novela, ya que José Arcadio Buendía y su mujer, como también su familia, vivían allí
hasta antes del remordimiento de la muerte de Prudencio Aguilar.

Este paralelismo tan evidente entre lo que era Aracataca y todas las historias que Gabriel García Márquez como niño había escuchado y guardado con todos los detalles en su mente y en el corazón, dieron el principio a Macondo, la ciudad imaginaria que hoy en día se convirtió en un símbolo de un lugar perdido en el mapa de Colombia, pero reconocido en todo el mundo.

Es por esta no coincidencia de imágenes, hechos, colores y costumbres de Aracataca y Macondo que los habitantes de este pueblo caribeño presentaron al Congreso colombiano una propuesta de cambiar en nombre topográfico de su pueblo por Macondo. El proyecto se está discutiendo en este momento y, según cuentan, es viable, porque allí donde está Aracataca, se encuentra modificado por la imaginación, Macondo.



Fuentes:

http://www.ewakulak.com/content/view/304//
El paralelismo entre Aracataca y Macondo
03 de diciembre de 2005

http://piuravirtual.com/noticias/articulo.php?t=504&f=2007-03-04
INFORME DESDE EL MÍTICO MACONDO
Por: Billy Crisanto Seminario
Actualizado el: 2007-03-04 02:59:37

www.el mundo.es

Fotografìas:
Marcela Gnecco
http://marcelagnecco.artelista.com


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