miércoles, febrero 21, 2007

RHADAMANTHOS _Silvina Ocampo





La envidiaba por sus pecados con una envidia que la carcomía, una envidia que no la dejaba descansar, y ahora, ahí estaba, muerta. Nada en el mundo podría resucitarla. Ahí estaba,muerta como una piedra preciosa, que no sufre, con todos los honores, con todas las ceremonias. ¡Ni siquiera desfigurada! Y si lo hubiera estado, alguien se hubiera encargado de ver en ella un encanto nuevo, el encanto de sus imperfecciones. Joven, nada le quitaría la juventud: tranquila, nada le quitaría la tranquilidad; impura, nada le quitaría su aparente pureza. Las iniciales sobre el paño negro del coche fúnebre brillaban, y sus retratos ya se repartían entre los amigos de la casa. No había modo de contener las lágrimas que vertían por ella un hijo de ocho años, un marido de treinta y esa corte ridícula de amigos que la admiraban; aun más que antes. En los armarios, aquellos vestidos que olían a perfume, serían sus delegados. Con ellos el recuerdo maquinaría costumbres, ritos en su memoria. Las santas tienen altares, pero ella, que se había suicidado, tendría en cada corazón alguien que suspira¬ba secretamente por su memoria.
Injusticias de la suerte, pensaba Virginia, mientras subía las escaleras. Yo que he sufrido tanto, yo que soy pura, yo que tengo a veces cara de muerta, yo que no tengo miedo de nadie, yo no me he suicidado. Nadie llora por mÍ.
Entró en el cuarto donde la velaban. Flores, las flores que le agradaban tanto, la cubrían. En la luz trémula de los cirios brillaban la frente, los pómulos, las mejillas, el cuello y los labios, como si estuviese viva. Ninguno de sus defectos se veía, ni los dedos de los pies, que eran tan insólitos, ni las piernas demasiado fuertes. Se había arreglado, peinado, pintado para torturarla.
Para no vede la cara se arrodilló; para no pensar en ella, rezó. Un zumbido de voces le llenó los oídos. La gente hablaba, ¿de qué? Sólo de ella. Era pura, decían, como la luz.
Se puso de pie. Por suerte nadie advierte en las miradas los íntimos sentimientos de un ser.
Virginia se dirigió al dormitorio de la muerta. Buscó el peine, para peinarse, buscó el lápiz de labios, para pintarse, buscó el perfume, para perfumarse, y se miró en el espejo. Salió de la casa apresuradamente; entró en una tienda donde compró papel de cartas (el papel que tenía en su casa era un papel ordinario). Caminó por la calle mirando la punta de sus zapatos de bruja; subió por un ascensor in¬terminable, abrió una puerta y entró en su cuarto. Se puso a escribir maravillosas cartas de amor dirigidas a la muerta, revelando en ellas, con toda suerte de subterfugios, la vida monstruosa, impura, que le atribuía. Al pie de la carta firmaba con el nombre del supuesto amante. En una noche, mientras velaban a la muerta, escribió veinte cartas, cuyas fechas abarcaban toda una vida de amor.
A la mañana siguiente, al alba, hizo un paquete con las cartas, las ató con la cinta rosada de uno de sus camisones, las llevó a la casa mortuoria y las depositó en el armario de la muerta.


SILVINA OCAMPO, Las fieras, de Ricardo Piglia, Clarín-Aguilar, 1993.





Silvina Ocampo (1903 / 1994), poeta y escritora argentina, nació en Buenos Aires el 28 de julio de 1903.
Estudió dibujo y pintura en París con Giorgio De Chirico, y desde muy joven escribió, aunque su
primera publicación es tardía: Viaje Olvidado (cuentos, 1937).

Tres años más tarde se casa con Adolfo Bioy Casares y en colaboración con él y Borges, aparece la
Antología de la literatura fantástica (1940).

Algunas Obras: Enumeración de la patria (poemas, 1942), Los que aman, odian (1945),
Espacios Métricos (1945), Premio Municipal 1954, Los nombres (poesía, 1953), Segundo
Premio Nacional de Poesía 1953, La furia (1959), Las invitadas (1961), Lo amargo por dulce (1962),
Primer Premio Nacional de poesía 1962 y Cornelia frente al espejo (cuentos, 1988), Premio del Club
de los XIII.

Entre 1974 y 1979 publicó cinco volúmenes de cuentos infantiles (El Tobogán, El Caballo Alado,
Canto escolar, el Cofre volante y La naranja maravillosa).

Ha realizado traducciones del inglés y el francés. Borges, de quien fuera amigo, prologó una antología
de sus cuentos publicada en Francia en 1974, cuya introducción es de Italo Calvino. También ha sido
traducida al inglés e italiano.

Silvina Ocampo se ha transformado en un mito de la literatura argentina, por lo escasamente leída
y por el eco de un apellido vinculado a las letras argentinas.

La crítica en general (hay excepciones bien argumentadas), le adjudica importancia a su obra sugerente
y de cierta premeditada confusión en la que conviven sentimientos opuestos e inesperadas fracturas de las
convenciones. Su temática es la literatura fantástica en la cual desliza la ironía y un humor negro
eficaz con ribetes truculentos.

Borges le reconoce una virtud inquietante y que a él, particularmente, le causaba “un poco de aprensión: la clarividencia. Nos ve como si fuéramos de cristal, nos ve y nos perdona”. Un elogio temible.

Han sido innumerables los reportajes, entrevistas, ensayos y comentarios hechos sobre Silvina Ocampo y su obra. Baste recordar los de Borges, Calvino, Martinez Estrada, Pichon Rivière, Alejandra Pizarnik, Abelardo Castillo y Eloy Martinez entre otros.

Falleció el 14 de diciembre de 1993, tras una larga enfermedad.











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