sábado, febrero 17, 2007

Por la Aldea Global - Irene en Mèxico















Desde que comencé la carrera supe que las prácticas las haría en México. Desconocía el cómo y el porqué pero mi certidumbre era total. Con el tiempo la ilusión continuaba tan fuerte como al principio, pero cada vez veía más obstáculos para dar rienda suelta a mis sueños. Hasta que un día esa esperanza que no se había materializado en ningún esfuerzo por mi parte, dio su fruto. Fue entonces cuando comenzó el viaje de mis ilusiones y, días más tarde, me encontraba sobrevolando el océano.



Las despedidas habían desencadenado en mí un torbellino de emociones que podían traducirse en la angustia de la incertidumbre, la nostalgia y los nervios del miedo y la ilusión. La contradicción me llevó a escribir la primera página de mi diario de viaje, con lo que en el momento identifiqué como única solución a mi remolino:



“Algunas personas duermen de pie.

Otras prefieren soñar despiertas.

Las primeras se pierden la vida por no querer vivirla o verla.

Las segundas llenan su corazón de ilusión y fantasías.

También hay personas que viven expectantes a aquello que pueda transformar su rostro en una sonrisa o robarle una lágrima…y siguen soñando…

Así quiero comenzar mi viaje a México.”



Y comenzó el viaje.



Las horas en el avión me resultaron eternas, lo que menos me apetecía era agarrar un autobús a Xalapa nada más aterrizar, pero nuestros ojos transmitían demasiada sorpresa como para pasear por el Distrito, según nos advirtieron. Así que el 29 de septiembre a las 6a.m. ya estaba tirada en una cama del albergue de Xalapa.



Durante la primera temporada me sentía como una niña esponja. Mis sentidos y mi mente se agudizaron para absorber cualquier conocimiento, por mínimo que fuera. Todo lo quería ver, comprender, saborear, escuchar y transcribir. Todo llamaba mi atención. Era como si hubiera estado dormida durante años y tuviera que asimilar de golpe aquellos datos escapados a mi conciencia. Creo que por primera vez experimenté la sensación de estiramiento del tiempo. Demasiadas caras, convivencias, paisajes, políticas, comidas, artes… parecía que alguien había escuchado mis plegarias de detener el mundo, para solo vivirlo, sin perder el tiempo en esas supuestas obligaciones que todos/as tenemos.



La convivencia con Mara, Eva, Sheila y Amanda resultó complicada al principio, debido a que eran tantas las emociones que guardaba cada una, que no podíamos prestarnos la suficiente atención como para sobrellevar también las emociones de las demás. Yo me sentía especialmente cercana a Amanda, porque ya somos amigas desde hace tiempo y las palabras no son tan necesarias para comprenderte y apoyarte. Por otro lado, el hecho de estar en un país nuevo nos provocó un sentimiento contradictorio de querer estar juntas para todo y mantener nuestra común vida independiente. Sin embargo tras un mes de estancia en México aprendimos a entendernos y organizarnos. Esto se debió a que ya nos encontrábamos asentadas en el país y a que nuestras experiencias fueron tan intensas que aceleró el proceso de conocimiento mutuo.



La llegada de los/as alumnos/as de antropología fue motivo de alegría para todos/as. Resultó ser una rica fuente de conocimiento, tanto a nivel personal como a nivel de observaciones culturales. Entre nosotras también fue motivo de distracción, que separando une.



La Sierra Madre Oriental representó nuestro primer contacto con las comunidades. Sus grandes montañas verticales y cubiertas de desigual textura verde esconden grandiosas culturas, entre las que destaca la náhuatl. Fuimos muy bien recibidos/as. Nos dieron techo, comida y compañía por increíbles parajes naturales.



Sin duda, lo que más llamó mi atención fue la mirada de las personas que allí habitan. Miradas de una extraña profundidad y pureza. Ojos abiertos, tranquilos y curiosos ante nuestra presencia. Los pies descalzos que sienten la tierra de barro o el asfalto, el pelo largo y negro en trenzas de las mujeres, las canastas de colores en sus manos y los bebes en la espalda, los machetes colgando del pantalón de los hombres o apartando la hierba del camino, los trajes regionales, los/as niños/as con ropas grandes y llenas de barro… todo ello conforma el paisaje que mi memoria no quiere olvidar.



Las casas de madera apenas tienen algunas cosas colgando, mesas, sillas y un santuario. La globalización ha llegado de un modo extraño a estas tierras. La mayoría de las cabañas tienen televisión, DVD, aparato de música y celulares, sin embargo conservan el fuego de leña, la ropa se lava en el río y no es tan habitual tener grifos o refrigerador. Me queda la duda de si las razones son económicas o pertenecen más bien a un sistema de prioridades culturales.



Los/as alumnos/as de la UVI se volcaron en preguntas y ofrecimientos. Las personas de esta región te dan lo que tienen y se ofenden si lo rechazas, por lo que los días se pasaban aceptando regalos y tiempo que te dedican. El proyecto de la UVI me impresionó gratamente. Aprecié vocación y entusiasmo en profesores y alumnos/as. Las clases se basan en actividades participativas y/o prácticas, no hay exámenes y las carreras que se ofrecen tienen aplicabilidad en el contexto (el trabajo futuro está por ver) ya que se resalta la cultura de la zona. Indudablemente la educación tiene mucha más calidad aquí que en España.



Los dos últimos días de estancia en Tequila me fui con Eva y Alba a subir el Pico de Orizaba, el punto más alto de México, en la Sierra Madre Occidental. Esta sierra parece más rural que la oriental. Pasamos la noche en Aguas Escondidas, una comunidad, como su nombre indica, húmeda, fría y escondida, a la que no llega el asfalto ni el agua embotellada. Al llegar nos dieron posada en una casa vacía porque su joven inquilino se encontraba trabajando en EEUU. Nuestra presencia alborotó a sus habitantes. Nadie nos hablaba, todos/as nos miraban. Cuando entramos en la casa teníamos a ocho niños fuera, espiándonos, tres adolescentes y una familia entera que entró en la casa. Por mucho que lo intentamos no querían dialogar, se limitaron a observarnos mientras preparábamos nuestro hogar provisional. Pasadas dos horas en las que parecíamos actrices ante el insólito público, se animaron a respondernos algunas preguntas. Nos comentaron que nunca habían visto a nadie extranjero que no fuera de paso y menos que hablara su idioma. “Una vez vimos a un gringo que no se enteraba de nada” nos decían. Ser observada con tanta minuciosidad fue como un terapia de choque para acostumbrarme a sentir las continuas miradas sobre mi y comprender que el grado de su curiosidad es exactamente igual al mío o incluso mayor. Es bonito observarse mutuamente sin miedo a que la otra persona se sienta incómoda, sin barreras, como un/a niño/a.



Al día siguiente comenzamos a subir el Pico de Orizaba, a 5.700 metros de altura. La niebla cubría el camino, la falta de oxígeno me ahogaba y la presión estrujaba mi cabeza. Estábamos tan altas que el cielo quedaba a la altura del horizonte, de frente. Tras un largo camino lleno de obstáculos y reflexiones nos detuvimos donde pensamos que sería posible ver el pico, si se alejaba la niebla. Muy lentamente, metro a metro, la niebla fue desapareciendo, permitiéndonos ver lo que teníamos a nuestro alrededor. Fue un increíble espectáculo de larga duración. Allí, sentadas expectantes ante aquel telón que se iba desnudando, comenzamos a ver el volcán desde la base, grande, majestuoso, con vida propia, imponiendo respeto ante su fuerza mientras rellena vacíos, crea mariposas en el estómago y tranquiliza el alma. Pudimos ver el volcán nevado al completo. Luego, muy despacio, fue cubriéndose de nuevo con su manto suave y esponjoso. No pensé que esta aventura requiriera tanto esfuerzo, estuvimos a punto de rendirnos varias veces en el camino. Conseguir ver el volcán descubriéndose ante nosotras por el tiempo suficiente como para asimilar tanta belleza, fue una especie de bendición para mí. Sentí que la tierra me dio la bienvenida. Me vinculé a este país, dando una parte de mí para siempre y recibiendo puertas abiertas para descubrir maravillas o monstruosidades, todas partes de un mismo tesoro. Y esto iría en aumento, como cada vez que estableces un vínculo con alguien o con algo y decides cuidarlo. Ese día mi corazón aterrizó en México y supe que esta era mi nueva casa.



Al llegar a Xalapa, un inmenso sentimiento de incertidumbre y ansiedad se apoderó de mí. Desconocía mi destino, la compañía y el trabajo que desempeñaría al llegar. Por un lado, no quería irme a la misma comunidad con Amanda porque así podría profundizar en otras relaciones. Por otro lado, ella era con quien más me apetecía compartir esta experiencia. Tampoco quería separarme de Mara, Eva y Sheila. No sabía qué comunidad elegir ni cómo me las arreglaría para llevar a cabo un proyecto sin apoyo de algún profesional de la Educación Social. Todo en mí era un caos. El 16 de octubre decidí con Amanda que nos iríamos a Espinal. Mi ansiedad me hacía pensar que pasaría un mes con ella y otro con las niñas, quería viajar y ver muchas cosas, no podía elegir. Me costó irme de Xalapa. Demasiadas semillas floreciendo en la tierra ya plantada. Pero llegó el día en el que nos despedimos de la ciudad que nos acogió para sumergirnos en la realidad objetivo de nuestro viaje.



El choque cultural se siente en la cotidianidad de tus acciones. Viajando ves, aprendes y disfrutas. Conviviendo te esfuerzas por integrarte en una cultura distante a tu manera de analizar y actuar en consecuencia. Por ello llegar a Espinal supuso un gran esfuerza psicológico, porque tienes que ampliar esquemas de pensamiento y aprender a establecer límites.



La puerta del Totonacapan no tiene muchas características indígenas. Pocas personas visten el traje regional, hablan totonaco o mantienen las costumbres tradicionales. Espinal es un lugar fundado por un pirata holandes y desde entonces se ha caracterizado por el mestizaje. Además, ser la entrada a la sierra y cabecera del municipio ha convertido al pueblo en centro de fiestas y borracheras. Prácticamente en cada calle hay una cantina en donde se reúnen los hombres a beber cervezas. A esto se suma el crecimiento de población juvenil que desde hace un año provoca la UVI. Todo ello hace de espinal un lugar alegre, lugar de estancia provisional para muchos/as y en donde confluyen muchas culturas. Las personas que aquí habitan están todo el día haciendo cosas y divirtiéndose: visitan otras comunidades; van a talleres de danza regional, teatro o artesanía; organizan serenatas o fiestas en las que cantan canciones que todos/as conocen o hacen reuniones sociales en el parque o en la taquería. También trabajan pero es menos frecuente verles en esas circunstancias.



La comunidad consiste en una calle asfaltada, en donde está la iglesia, el parque y algunos comercios y calles que bajan y suben. El resto son casitas distribuidas por los caminos de tierra, unas hacia el río y otras hacia los cerros, todo poblado de espesa vegetación. La idiosincrasia no deja de ser la de un lugar pequeño en el que sus habitantes se sorprenden ante lo extraño, lo ajeno.



Al llegar nos convertimos en la diana de muchas miradas y comentarios. Cada vez que pasábamos ante un grupo de gente detenían su conversación para observarnos, algo que resulta agotador en tu cotidianidad. A casa venían hombres que no conocíamos de nada para invitarnos a comer carnes asadas, montar a caballo o simplemente para presentarse y ver que posibilidades tenían de ser nuestros “amigos”. Este hecho se convirtió en una pesadilla que inevitablemente me hizo caer en una crisis de mal humor, nostalgia y tristeza. Constantemente me preguntaba si realmente me merecía la pena tanto esfuerzo. No había ni un solo hombre en la comunidad que no intentara un acercamiento especial hacia nosotras. Lo peor era que no teníamos donde escondernos porque nuestra casa es uno de los centros de reunión social de Espinal. Así que pasábamos el día entero atendiendo visitas masculinas, respondiendo constantemente las mismas preguntas y reprimiendo malos gestos propios de nuestra cultura en situaciones similares. La primera semana se desarrolló en estas circunstancias porque no sabía cómo desenvolverme en la cultura autóctona, me limitaba a observar y reflexionar sobre lo que me estaba sucediendo. Pero pasado este periodo comencé a poner límites, asimilando que, si bien soy yo la que tengo que adaptarme a las costumbres del lugar, ellos también tienen que respetar mi espacio y mi manera de hacer. A partir de ese momento me asenté en la comunidad.



Nuestro nuevo hogar goza de varias comodidades como pueden ser la cocina, el refrigerador, camas, lavadora manual y aparato de música, lo que es toda una suerte teniendo en cuenta que aquí se rentan las casas sin amueblar. La parte de atrás consiste en un terreno lleno de naranjos, un amplio lugar para quemar la basura y un riachuelo que sirve como desagüe comunitario, ya que no hay sistema de cañerías. A la entrada se accede por un callejón que termina en un caminito de tierra. Justo enfrente hay situada una cantina que hace estruendos durante el día y la noche. La casa es vieja, llena de grietas, paredes sin pintar y cristales rotos por donde entra todo tipo de fauna. Cuando llegamos estaba extremadamente sucia y habitada por diminutos animales como cucarachas, ratones, arañas y gusanos. Un día hasta encontramos un alacrán en nuestra habitación. No es sencillo adaptarse a un medio cotidiano tan diferente al habitual: calentar agua en el fuego para ducharte, limpiar a la mañana la basura que han desparramado los perros y los gatos, usar la pila como lavabo, llenar cubos de agua para tirar de la cadena, rascarte todos los días diez picaduras nuevas de insectos o soportar la intranquilidad de la música y los borrachos de la cantina de doña Silvia. No obstante, esto no es nada si lo comparas con las costumbres del lugar, tan diferentes a lo que una está acostumbrada. Lo que más me costó es la escasez de intimidad. Las puertas siempre abiertas, las personas que no conoces entrando y ocupando la cocina o el sofá sin pedir permiso, entrando en tu cuarto a despertarte cada vez que se les ocurre y a cualquier hora… fue un aspecto de incredulidad para mí. Otra cosa que llamó mi atención y mis nervios es que la gente apague el cigarro en el suelo o escupa en medio de tu casa, con total tranquilidad. Tampoco entendía que se fumaran todos mis cigarros o se comieran toda nuestra comida cada vez que venían y de un modo general. Con el tiempo me fui adaptando y comprendí que aquí todo se comparte, las pertenencias y el espacio. También asimilé que los hombres ensucian pero no limpian y que el concepto de casa es muy diferente al que yo conozco. Terminé riéndome de algunas cosas que me enojaban y aceptando otras.



Compartimos hogar con Hugo y Rogelio. Con Rogelio tuvimos algunos problemas en un principio, pero una vez solucionado todo ha ido a la perfección. Hugo es una de las personas que alegra mis días de estancia. Los amigos de ambos, los llamados “cuates”, siguieron viniendo a casa cuando pasó la “exaltación” de nuestra llegada, convirtiéndose también en compañeros nuestros. Los cuates vienen a casa algunas noches, con su guitarra y su cartón de chelas, pasando la velada entre risas y cantos. Otra de las personas que suele venir a visitarnos es Ramón. Su madre y su padre son de Santander. Él es un hombre muy dado, con bastante dinero para el lugar donde está y con suficiente conciencia para compartirlo. Ramón nos ha evitado la nostálgia gastronómica trayéndonos pimientos y jamón serrano, regalándonos su compañía. Podría decir que los amigos que he hecho en Espinal son cuatro: Juan Pablo, nuestro tutor; Hugo, nuestro compañero de piso; Sixto, el cuate que nos alegra con las melodías de su guitarra y Ramón, el cantante ganadero. Aparte de ellos hay muchos/as más con los que he entablado relación, he pasado veladas y he compartido momentos espléndidos, pero es bien sabido que no todas las personas que conocemos te llenan del mismo modo.



Llegó el momento de hablar de la persona sin la cual nada hubiera sido igual. Mi compañera de viaje, trabajo, habitación, risas, enfados y cotilleos ha sido Amanda. Ella es quien ha compartido conmigo todos los rincones de esta experiencia. En una convivencia tan cohesionada en la que prácticamente no hemos gozado de intimidad, las emociones se radicalizan. Cuando quieres mucho y sólo cuentas con esa persona, la alegría se convierte en felicidad y el enfado en hundimiento. Por tanto hemos pasado por momentos excelentes y situaciones muy duras, todas ellas inolvidables. Incluso podría decir que nunca había vivido una temporada tan unida a alguien, día y noche, fiestas y obligaciones, comidas, baño y amantes, durante cinco meses, sin interrupción. Esta unión la ha convertido en la persona de la que más he aprendido en el viaje, tanto de mi misma como de ella y nuestra relación.



Con respecto a la UVI todo fue bien en un principio. Aún con obstáculos deribados de nuestra inexperiencia, conseguimos poner en marcha un proyecto propio, aunando nuestros conocimientos. Los/as alumnos/as asistían al taller y parecían contentos. Yo logré sentirme cómoda y expresiva ante las miradas de los/as asistentes, todo un reto para mí. Sin embargo, poco a poco, nuestro proyecto dejó de ser factible, todos/as estaban muy atareados/as. En la misma medida comencé a frustrarme y a perder la ilusión en algo que no interesaba. Con esfuerzo e insistencia pudimos hacer dos sesiones más. Abandonamos porque ya nadie se comprometía, porque se nos acababa el tiempo y porque hicimos concientes nuestros grandes fallos, provocando una mayor decepción. No obstante me siento orgullosa de nuestro informe final. Considero que, si bien mi esfuerzo pudo ser mayor, ese tiempo invertido me habría robado parte de mi experiencia personal, la cual me ha aportado mucho más, incluso a nivel profesional. Por otro lado, el proceso completo que constituye el proyecto, me ha ofrecido una vivencia que, como tal, promueve la reflexión y el aprendizaje.



El viaje de navidad resultó intenso. Me fui con Amanda y Mara al distrito. Allí conocimos el Zócalo, Tepito, el museo de antropología de México, Teotihuacan y en general lo que es la vida en una ciudad de dimensiones extraordinarias. Una pequeña parte del mundo que refleja la ficticia creación humana, la exagerada realidad que construimos día a día, que nos aleja de los elementos que constituyen la vida y nos acerca al absurdo de la existencia a través de sus vacíos invisibles. El análisis que surge del contacto con las antiguas civilizaciones y las actuales también suscita la crítica desde varias perspectivas.



Cuando nos encontramos con Raúl, que vino a vernos desde España y con Bam Bam, un amigo de Xalapa, dirigimos nuestro camino hacia Real de Catorce, antiguo pueblo minero situado en la sierra de San Luís Potosí y centro de peregrinación Huichol. La mística experiencia de sentirte parte de la tierra me llevó a mantener una comunicación simbólica con el desierto. Me habló de la relación establecida entre los/as individuos/as y lo que les rodea, de mí como persona que forma parte de un todo que es a la vez ajeno y personal.



Oaxaca y sus playas me permitieron nadar agarrada al caparazón de las tortugas Golfinas y convivir con los pelícanos. Un fin de año en biquini que tuvo al mar como protagonista.



Tal vez la parte más significativa de este viaje tuvo lugar al regresar a Espinal. México ha supuesto, por varias razones, una desconstrucción de varios esquemas de pensamiento que se enfrentaron al llegar a la comunidad, alcanzando su máximo apogeo. La convivencia con Amanda cada vez era más complicada, provocándome una reflexión constante sobre las dos y sobre mí misma. Ello hizo que me alejara de ella y tomara como apoyo a las personas con las que ha ido floreciendo la amistad y a los que les rodean. Me refugiaba en la compañía de Hugo y de Sixto y por consiguiente me rodeaba de los cuates. Me ayudó a no hundirme en mi soledad y a tomar distancia para ver las cosas con más claridad. Esta actitud creó en mí un vínculo de necesidad con la comunidad. Necesitaba relacionarme con Espinal para ventilarme.



Mes de sentimientos de ahogo y plenitud, protección y desamparo, teniendo la conciencia de que mis dolores surgían de alegrías pasadas y las alegrías del momento nacían del dolor que nadaba por mi pecho. Al fin y al cabo no hay nada más bonito que sentirte viva a través de un estallido de emociones desbocadas e insoportables que dan la espalda a la indiferencia. Fue también un mes de despedidas, de amor flotante, de exprimir segundos, pues todos/as percibíamos el fin de una época. El cumpleaños de Amanda se celebró en un ambiente de especial belleza. Los cuates nos trajeron serenata. Llevé serenata con ellos. Cantamos, nos abrazamos, lloré, grité enfadada, me reí, festejamos, soñé y me enamoré. El día que me levanté con la maleta en la espalda me negaba a abrir los ojos. Me despedí de aquellas personas que me alegraron la estancia y escribí cartas a quienes pasan a formar parte de mi vida. Recibí abrazos de aquellas personas que me han regalado su presencia continua y observé Espinal desde los cristales mojados de un coche en marcha. Y se acabó. Ese es el sentimiento exacto que quedó en mí. Todo se acaba, todo continúa, todo es pasajero. Entonces me doy cuenta que estoy dando pasitos por un estado de conciencia en el que las cosas que consideraba supremas comienzan a carecer de sentido. Y veo absurda la construcción humana de la realidad, llevándome a un absurdo de mí misma. Y entiendo que esto que he vivido me va a aportar muchísimo más de lo que pensaba, porque si decides cambiar las piezas de tu puzzle es para embellecer tu cuadro, tu obra, tu vida. Mi vida.



Como conclusión puedo decir que este país me ha ofrecido una experiencia rica en todos los sentidos. Me llevo la amistad de personas espléndidas que han acompañado este viaje en diferentes momentos, sobre todo en Xalapa y Espinal y he profundizado relaciones que ya nacieron hace tiempo. He aprendido mucho de las culturas con las que he convivido, de las personas a las que he conocido y de mí misma. El contexto me ha ofrecido un espacio en el que reflexionar sobre mi vida en el país del que provengo y me ha puesto en situaciones en las que he descubierto aspectos de mi personalidad que no conocía. Me ha ayudado a valorarme un poco más y a crecer. Pero sobretodo me ha dado alegría, emociones intensas y un mundo de posibilidades para crear, conocer, sentir… el aire mexicano volverá a acariciar mi cara… algún día no muy lejano.






  

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