jueves, diciembre 14, 2006

Enfermos felices del fútbol /Por Orlando Barone

A los adictos a las drogas se los interna, a los adictos al juego y al alcohol se les hace terapia, a los adictos a comer se les hace el cinturón gástrico. ¿Qué se les hace a los adictos que con treinta y tres grados de calor acamparon, sudaron se deshidrataron y se gastaron el último fragmento del sueldo de gnomo para poder sacar entradas y estar en la final de Boca y estudiantes? ¿Se los comprende o se los captura con una red y se los devuelve a la jungla?
¿No los vio? Hinchas de cualquier hábitat y especie: predadores o herbívoros de boca grande aplastándose contra las rejas de las boleterías por un ticket. Parecían legionarios hirviendo bajo el sol del Sahara desde tres días antes para conseguir un intersticio en el hacinamiento.
No les importa padecer el ultraje de ser considerados sospechosos aunque vayan a la cancha de rodillas besando la estampita de la virgen. Llevan la marca de los asesinos seriales aunque nunca hayan matado ni una polilla, y saben que tendrán que pisar la bosta de los caballos de la Montada y que serán palpados de armas como convictos y a quienes les lloverán desde el cielo líquidos orgánicos.
Saben que durante horas no podrán ir al baño y que a lo mejor no alcanzan a controlar sus esfínteres.
Saben que un calor del desierto de Sonora les hará arder los sobacos y paspar el trasero, y que el olor a sudor de hinchada será más pestilente que el de una pastera. Pero allí están y allí van. Adictos. Enfermos de fútbol que nunca se enferman de amor por ninguna otro ser o ideal ni nada.
Los alucina un sentimiento arrebatador más excitante que el sexo en un púber pasado de testosterona que se ratonea con las tías. Son capaces de comer en las tribunas panchos y brebajes de alto riesgo bromatológico y de degustarlos con más placer gourmet que un plato de Francis Malmann. Gritan desaforados hasta sentir que la voz se les pone como una lija usada lijando óxido. Soportan los gases lacrimógenos y los gases no lacrimógenos con estoicismo de argentinos entrenados en el suplicio. Tienen la estética de galeotes desarrapados con el torso desnudo y el pantalón caído bajo la línea de obscenidad permitida, y no les importa. Se sienten identificados -más que los talibanes- por el patrón genético del fanatismo.
Los envidio. Pueden sentirse rebaño, manada, masa, montón, jauría y peregrinos a Tierra Santa y les da igual mientras estén en la cancha. Tardarán días en recuperarse de ese proceso de inmolación voluntaria. De ese masoquismo, por el que el propio Masoch, sentiría miedo. Si: son enfermos felices. Más felices en el día del partido que en el día de la madre o que la noche de bodas o que el día que ganan el Loto.
Son los hinchas de fútbol. Dios los tenga en la gloria.

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